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Canecillos románicos
Para muchos aficionados a la época románica, una de las características que atrae de este arte medieval es el uso de la escultura en los elementos arquitectónicos. De ellos el canecillo, también llamado modillón o ménsula y cuya función es la de aguantar largas cornisas y aleros de tejado es sin duda el más representado en las edificaciones religiosas de este tiempo.
El canecillo, al ser normalmente una pieza menos elaborada que otras obras esculpidas como capiteles, frisos o tímpanos, hay quien los valora desde el punto de vista estilístico como una escultura de orden menor. Sin embargo a todas luces, los canecillos gozan de una libertad de expresión sorprendente que tantas veces excede el canon eclesiástico al que habitualmente está sujeta la escultura de orden mayor destinada a ser colocada en las portadas o los interiores de las iglesias.
Los motivos de su escultura pueden ser de lo más diversos, traspasando su función estética y decorativa, proponen una interacción directa con el observador a través de símbolos o analogías. Abordan temas de la naturaleza representando la flora y la fauna. Incorporan animales híbridos entre lo real y lo fantástico con reminiscencias de divinidades o mitos de la antigüedad. Vienen a representar vicios y virtudes, como catequesis aleccionadora del bien y del mal. Figuras geométricas con antiguas claves místicas, criaturas angélicas, músicos, contorsionistas, retratos o escenas eróticas van adornando los tejados inspirando un universo paralelo entre el mundo terrenal y el espacio intangible que solo espera ser leído.